Recientemente se ha celebrado el Concurso Mundial del Bruselas que ha sido debidamente glosado por Javier Pascual y José Luis Murcia periodistas y amigos que fueron catadores en el mismo. Siempre me he preguntado –como un Mourinho de pueblo- ¿por qué hay tanto concurso de vinos? ¿por qué gustan tanto las medallas? ¿por qué los formatos son tan similares? ¿por qué el vino es el producto más sometido a concursos? ¿por qué ningún concurso sale en los telediarios?
Una vez desfogado, comienzo. Muchas veces he mandado –por obligación- muestras a los concursos con resultados de lo más variado, varias veces he sido jurado y recientemente he estado en la organización de otro. De entrada los concursos son un análisis sensorial de una muestra de vino -y en todo análisis lo primero y principal es la toma de muestras-, como norma general las envía la bodega concursante, primera debilidad, mucho notario en la cata y nadie en la toma de muestras. O sea, y me consta que algún caso ha habido, que cualquiera que necesite un poco de promoción puede pegar un cambiazo. No creo que sea una práctica generalizada, pero casi nunca está certificado que no pueda ocurrir.
En cuanto a los catadores y su honestidad, nada que objetar, se pueden equivocar pero nunca se premia una muestra mala. Se podrá estar de acuerdo o no, pero un jurado variado, internacional y debidamente preparado debe obtener unos resultados coherentes.
Otro tema son las medallas, se dan demasiadas. El mismo José Luis Murcia va al grano, sólo comenta las Grandes Medallas de Oro apostillando que han sido menos del 1%. Lo demás es como la pedrea en la lotería de Navidad. Si tenemos en cuenta la cantidad de medallas de Oro y Plata y el número de concursos que hay, al final resulta ser una manera cara de empapelar salas de cata de las bodegas.
Luego está la repercusión, nada de alfombra roja, nada de “The Oscar goes to…”. Vaya menos que los Goya, que, aunque sólo sea por el tema político, siempre la lían, o en Eurovisión y sus “friquis”. En mi opinión los únicos que ganan con los concursos son los organizadores y si surge alguien con recursos y talento les pueden dar un disgusto.
Y como todo no va a ser criticar, la OIV, que patrocina, supervisa y regula muchos de estos concursos, podría organizar algo así como los Oscar del vino. Con sus categorías bien definidas, se podría comenzar por concursos regionales o por Denominaciones de Origen –con notario en la toma de muestras-, de ahí a finales nacionales y se “nominan” representantes por categoría y país –parecido a lo del cine-. Luego la Gran Final con su cata previa y secreta y… ¡a la alfombra roja! Famosos, celebreties –si son bodegueros mejor- y gente de la cultura: una ceremonia como Dios manda con medios de gran difusión. O sea, un Gran Concurso Mundial de Vino con prestigio y trascendencia mediática. Lo demás es tirar el dinero comprando medallas de hojalata y esas las daban antes gratis con el chorizo.
Me ha encantado y es la pura verdad! Aunque no niego que a algún concurso hemos acudido por dar a conocer el vino.
Es como jugar a la lotería.